El desafío del Sil
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La construcción de la presa en el río Sil supuso una conmoción en las comarcas en los que se asentaron. En 1959, Alejandro del Campo, el nuevo ingeniero responsable de los proyectos de Saltos del Sil, dormía poco. En enero, la rotura de una presa de Eléctricas Moncabril había arrasando el pueblo de Ribadelago en la provincia de Zamora.
Meses después, el Sil bajaba con un caudal mayor del previsto, y las presas de San Esteban y San Pedro aun estaban en construcción. El ingeniero era consciente del peligro que llegaba en forma de riada. La posibilidad de otra tragedia, ahora en Ourense, era real.
Mientras Diotino, empleado de Saltos del Sil, trabajaba día y noche para mitigar los efectos de la riada, sus vecinos agricultores, seguían sus rutinas con normalidad. No eran conscientes de la catástrofe que acechaba. Tampoco de la transformación que iban a soportar sus vidas y las comarcas en las que se asentaban las obras.